¿Me lo compro o no me lo compro? ¿Voy o no voy? ¿Lo hago o no lo hago? A lo largo del día, tomamos miles de decisiones sin que seamos realmente conscientes de ello. Decisiones que, aunque podamos pensar lo contrario, no siempre están guiadas por la más pura racionalidad ya que las emociones tienen en estos casos una fuerza demostrada.
Aunque parezca anecdótico, la influencia de las emociones sobre las decisiones financieras es tan importante que existe incluso una rama de la economía dedicada a su estudio (Economía Conductual), que tiene su máximo representante en el economista Daniel Kahneman, que ganó el premio Nobel de Economía en 2002.
Kahneman estudió las circunstancias emocionales que nos condicionan a la hora de tomar decisiones y que, en muchos casos, pueden llevarnos a cometer errores con nuestros ahorros e inversiones. Es lo que se conoce como sesgos, que pueden ser de diferentes tipos.
Es el más habitual y supone que cualquier persona tiende a confiar en aquello que conoce, que le es cercano, aunque no sea lo más recomendable. Por este tipo de sesgos, compramos, por ejemplo, en la tienda más cercana aunque resulte más cara o tendemos a consumir productos de una marca determinada porque la conocemos. A nivel financiero, este tipo de sesgos hacen que los españoles tiendan a invertir más en el IBEX, cuando quizás sea más rentable invertir en un índice internacional o hacer una diversificación adecuada de las inversiones.
A nadie le gusta perder ni al parchís. Se trata de otro sesgo que en muchos casos nos impide asumir riesgos que a la larga nos pueden resultar mucho más rentables que mantenernos en la zona de confort. Por culpa de este sesgo, si alguna vez perdemos 100 euros, este fracaso se nos quedará grabado de forma más intensa que aquella vez que ganamos 200 euros.
El miedo paraliza, se suele decir, y este es otro sesgo que nos puede perjudicar con nuestros ahorros. No hacer nada por miedo a no ser capaces de tomar la decisión más adecuada nos impide además aprovecharnos de las oportunidades que también existen.
Sería la cara opuesta de los sesgos anteriores. Un exceso de entusiasmo también nos puede llevar a tomar decisiones poco meditadas. Todos somos conscientes que la euforia de un momento puede hacernos ver solo los aspectos positivos de las cosas y despreciar los riesgos que pueda haber en el camino. Llevados por la euforia podemos, por ejemplo, consumir por encima de nuestras posibilidades y encontrarnos con una deuda difícil de gestionar.
Estaría relacionado con el anterior y que nos lleva a mostrarnos preocupados únicamente por el aquí y ahora, despreciando el futuro. Este sería el sesgo que actúa ante esos retos que nos invitan a elegir entre tener 1.000 € ahora o 1.100 € dentro de un mes. Habitualmente, un amplio número de personas, llevados por este sesgo, cogerían el dinero ya, aunque la decisión más rentable fuera la de esperar un mes.
Este sesgo nos lleva a valorar de forma diferente una misma cantidad de dinero en función del esfuerzo que nos ha costado conseguirlo, cuando el dinero es el mismo y la importancia de gestionarlo bien siempre debe ser nuestra prioridad. Este sesgo nos llevaría por ejemplo a gastar de forma alegre y menos meditada un dinero conseguido a través de un premio en la lotería, que el dinero fruto de nuestro trabajo.
Es un tipo de sesgo que nos lleva a pensar que las malas decisiones financieras que hemos tomado han sido causadas por agentes externos mientras las buenas decisiones siempre han sido motivadas por nuestras decisiones. Se trataría del recurso de “echar balones fuera” que utiliza nuestro cerebro para tratar de convencernos de que no somos responsables de las malas decisiones.
Es un tipo de sesgo que nos lleva a creer aquella información más reciente o que tenemos más a mano, obviando el resto. Llevados por este sesgo, la gente suele invertir más en un activo ante una noticia positiva y desinvertir ante una negativa, sin tener en cuenta que puede tratarse de un hecho puntual y que lo más recomendable es atender a un cierto período temporal.
En definitiva, son muchos los sesgos y muchas las reacciones en función de la persona y sus circunstancias personales. En cualquier caso, no está demás entender que las decisiones deben tomarse con la mayor información que podamos tener o, incluso, recurrir a expertos en el caso de decisiones significativas. Resulta complicado luchar contra estos sesgos que forman parte de nuestra personalidad. Eso sí, solo por conocerlos y saber cómo funcionan, nos puede ayudar a tener más herramientas para tratar de evitarlos y así, la próxima vez que no tengamos un buen día, en lugar de salir a gastar compulsivamente quizás quedemos con unos amigos, salgamos a dar un paseo o disfrutemos de una buena película.